Junio-2004
ESA INDOMABLE OSCURIDAD
Massimiliano Gioni
Extracto del texto del autor para el catálogo de Manifesta
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Quizás hayamos pedido demasiado: queremos que el arte
nos lo explique todo sobre geografías periféricas,
economía global y prácticas sociales posiblemente
interactivas. O bien esperamos que el arte nos revele los
mecanismos de la moda, los altibajos de la cultura pop, las
alucinaciones del consumismo, las espirales de las redes electrónicas
y los flujos y reflujos de la hipermodernidad corporativa.
En medio de este frenesí, quizá hayamos olvidado
lo que ocurre a puerta cerrada, lo que tiene lugar en ese
oscuro espacio que llamamos mente. Como es sabido, la cabeza
es redonda para que los pensamientos puedan desplazarse en
círculos. El cerebro es un laberinto, algunas veces
más tortuoso que el mundo que hay allí fuera.
Los circuitos que conectan nuestra mente a la realidad son
complejos, a veces discontinuos, siempre retorcidos. En realidad,
quizá el arte no deba intentar comprender o reflejar
nuestro mundo, sino crear nuevos universos posibles.
La obra de gran parte de los artistas de esta edición
de Manifesta nos proponen descubrir el mundo cerrando los
ojos y girando nuestra atención hacia el interior o
a nuestro entorno más inmediato. No se trata de una
retirada ni de una forma de escapismo, sino más bien
de una inmersión en una constelación de microcosmos
basados en reglas individuales, algunas veces incluso delirantes.
A medida que se suceden los debates, las discusiones y las
luchas por las fronteras, los territorios y las ocupaciones,
algunos artistas parecen sentir la urgente necesidad de proclamar
su estado -un estado mental- como individuos autónomos.
Escriben complejas leyes y proclaman sus sistemas privados
de creencias, trazan íntimos paisajes mentales, delimitan
las fronteras de geografías psicológicas, a
la vez que inventan dialectos personales y códigos
secretos. Sus lenguajes sacan la fuerza de una ambigüedad
radical: de repente parece que no les importe formar parte
de una especie de esperanto internacional. Cada uno habla
su propia lengua vernácula, adoptando y creando signos
crípticos. Ya no es importante ser inmediatamente traducible
o perfectamente transparente. En cambio, la opacidad es un
valor añadido: proliferan las metáforas ambiguas;
los simbolismos idiosincrásicos generan malentendidos
y cortocircuitos lógicos. Algunos incluso dirigen su
atención al pensamiento místico. Evocar es más
importante que identificar: las sugerencias se prefieren a
las definiciones.
El lenguaje es una perocupación recurrente para muchos
artistas contemporáneos. La práctica del plurilingüismo
es llevada a su límite para generar realidades donde
los individuos hablan idiomas radicalmente desconocidos, extranjeros.
Al desarrollar ambiciosos ejercicios de imaginación,
los artistas, immersos en un alucinante tour de force, sugieren
que el mundo, y los lenguajes que usamos para describirlo,
puede ser reinventado. Estos micro universos imaginarios no
evolucionan horizontalmente ni se adhieren a las reglas de
la geografía, sino que crecen y crecen sin cesar.
Por otro lado, hay artistas que prefieren empezar con escenarios
más domésticos, trazando la ruta de un viaje
sentimental o preparando las condiciones para largos y distantes
viajes sin moverse del sillón. Esculturas e instalaciones
que parecen salas de espera y alcobas desoladas fungen como
proyecciones directas de la imaginación artística
que subrayan esta relación como autorretratos en el
contorno de las construcciones. Una iconografía privada
y a menudo misteriosa es creada: formas que se repiten, se
transforman y se recombinan incesantemente, permutando los
lugares que ocupan, modificando ligeramente sus asociaciones,
como elementos recurrentes de una gramática. En otros
trabajos es posible percibir la forma en que maquetas, mapas,
dioramas se transforman en ruinas y en reliquias de un futuro
que nunca llegó. Naciones ficticias, sociedades clandestinas
y civilizaciones desconocidas son descubiertas: la paranoia
se apodera de la geografía y la transforma en una teoría
de la conspiración.
Asimismo, una actitud escéptica hacia la realidad
marca o define a un número considerable de artistas
que trabajan en la actualidad. Florecen las dudas, los teoremas
se aplican arbitrariamente: las especulaciones absurdas se
consuman con precisión clínica: una ciencia
del ensueño es inventada. Mientras algunos artistas
parecen sustentarse en un extraño, orden abstracto,
sólo comprensible si se suspende nuestra incredulidad,
otros basan sus experimentaciones en el principio del ensayo
y el error. Se trata de una interpretación mucho más
física de la ciencia, aunque los resultados son igualmente
ilógicos y antiprácticos: máquinas célibes
gigantescas y excéntricas corriendo sobre intervenciones
vacías o frágiles capaces de subvertir cualquier
rutina. Los objetos cambian de forma y de función y
todo deviene posible, mientras uno pueda inventar sus propias
reglas y ensayar nuevas combinaciones.
Inventar tus propias reglas no significa distanciarse completamente
de la realidad o vivir en un mundo de ilusión absolutamente
solipsista. Muchos artistas siguen pensando que el arte es
un campo de pruebas donde experimentar posibles alternativas
a la realidad. Pero estas transformaciones, antes de ser aplicadas
a gran escala, deben probarse en pequeños grupos. En
un intento de negociar el espacio entre las necesidades colectivas
y los deseos propios, los artistas imaginan microsociedades
donde los individuos se comportan como organismos de un cuerpo
superior, estableciendo relaciones parasitarias o funciones
más simbólicas. Los códigos secretos
y los lenguajes privados inventados y hablados por distintas
subculturas son el epicentro de muchos trabajos mostrados.
A veces sistemáticamente y en otras ocasiones de manera
informal, muchos artistas investigan cómo las culturas,
las sociedades y las asociaciones son construidas y alrededor
de qué símbolos gravitan.
El complejo sistema de creencias que modela las conciencias
nacionales es abordado por muchos artistas en esta edición
de Manifesta. Esta investigación artística no
está sustentada por una fascinación geopolítica
sino por un interés dirigido hacia aspectos de carácter
antropológico y sociológico que busca comprender
cómo es conformado el sentido de pertenencia y en que
referencias se mantiene. No se trata aquí del aspecto
físico de las manifestaciones de las naciones, sino
de su imaginario colectivo y los valores internamente asimilados
que dan forma a nuestros credos.
La geografía se ha convertido en una fijación
que se impone a sí misma como el paradigma exclusivo
utilizado para describir el mundo y el arte contemporáneo.
Y sin embargo, estábamos tan ocupados debatiendo sobre
fronteras, transiciones globales y cuotas nacionales que no
nos hemos dado cuenta de que muchos artistas estaban mirando
hacia otro lado, embarcándose en un viaje por las espirales
del tiempo. La historia se ha ido infiltrando lentamente,
las ruinas y los detritos proyectan su sombra en la obra de
muchos artistas; la riqueza estratificada y compleja de las
tradiciones locales y los recuerdos personales se ha convertido
en un depósito de imágenes e inspiraciones.
No hay nada regresivo o conservador en esta actitud, especialmente
porque el pasado ya no parece heroico o monumental, sino que
en realidad está agotado, deteriorado. A nadie parece
preocuparle la conquista triunfal de sus propios orígenes.
En cambio, un sentimiento de pérdida y añoranza
emana de las obras de muchos artistas europeos actuales, como
un spleen romántico puesto al día. Un simbolismo
sugerente y oscuro emerge especialmente de en un nutrido conjunto
de videos y películas. A medida que cada vez menos
artistas de generaciones jóvenes parecen interesados
en la táctica de choque y ataque frontal, parece esencial
capturar las emociones no palpables y los estados de una situación.
Las manifestaciones oscuras y fantasmales impregnan estas
películas, como espectros invocados en una sesión
de espiritismo. Es como si, a pesar de las conexiones digitales
y las tecnologías de la información, los artistas
aún percibieran el mundo como un espacio misterioso.
El tiempo se ha convertido en un lugar de investigación
privilegiado para muchos artistas. Desplazándose por
el eje vertical de la historia, desentierran narraciones populares
y mitos olvidados, en una especie de arqueología anti
sistemática del conocimiento. Es de nuevo una estrategia
que pretende cuestionar las creencias nacionales y las narrativas
oficiales, pero también un modo de conceder una forma
personal al pasado. Así, el tiempo aparece como una
tela raída que puede ser continuamente cosida y deshilachada,
una estratificación multicapa de zonas temporales.
En conjunto y cada uno por separado, algunos de esos artistas
experimentan con imágenes de archivo y cinemáticas,
momentos privilegiados, creando un tapiz de visiones y sonidos,
una linterna mágica que proyecta quimeras y súbitas
revelaciones de nuestro inconsciente social.
Lo que olvidamos suele ser tan importante como lo que recordamos
obstinadamente. En los lapsus de la memoria, en sus rupturas
y huecos, guardamos nuestras imágenes y nuestros miedos,
que de repente pueden salir a la superficie. A medida que
muchos artistas parecen manifestar un interés renovado
por el espacio secreto de la mente, también están
descubriendo el lugar oscuro donde desaparecen las imágenes,
los agujeros negros de la mente. La amnesia, analizada como
patología individual y como metáfora de los
infinitos procesos de represión de la cultura, está
en el centro de muchas de las obras de esta edición
de Manifesta.
Para muchos otros artistas lo real aparece como un espacio
más polémico y amenazador que ha sido fragmentado
por tumultos étnicos y confrontaciones culturales.
En lugar de experimentar con un microcósomos alternativo,
algunos artistas sienten la necesidad de documentar sus propios
alrededores y describir ese nebuloso territorio donde se yuxtaponen
lo político y lo individual. Esta forma particular
de reportaje, esta forma contraria al acercamiento común
del reportero, nunca clama poseer una verdad absoluta. Su
método se basa en formular preguntas y no respuestas
directas o evidentes. Asimismo, opta por utilizar un formato
de confesiones personales y no por la presentación
de un autor omnisciente. Es por ello que muchos documentales
producidos por artistas y directores de cine despliegan narrativas
fragmentadas e historias convulsionadas mientras construyen
diferentes temporalidades y sorpresivas regresiones. El arte
ha adoptado una forma más confesional y se está
enfocando en historias personales. Aún cuando enfatiza
fenómenos culturales y transformaciones sociales, el
punto de partida de los artistas tiene un carácter
personal en el que las narrativas se descubren lentamente
y emergen en la neblina de la nostalgia familiar. Usualmente
filmados con medios básicos y cámaras de vídeo
portátiles, estos documentales filtran el mundo a través
de una mirada subjetiva como si el trauma de los conflictos
hubiese dañado nuestra capacidad de experimentar la
realidad objetivamente o al menos de una forma colectiva.
Allí fuera, en el mundo real, los eslóganes
y los lemas publicitarios son cada vez más agudos:
la dictadura de la comunicación y las marcas ha impuesto
refranes y cancioncillas. Muchos artistas han reaccionado
a esta percepción hipersimplista, y menudo unilateral
de la realidad escenificando y ocupando entornos esquizofrénicos
e incrementando el grado de complejidad y oscuridad de sus
lenguajes: hablan en una lengua desconocida. Tal como se refleja
en estas obras, los pasadizos de nuestra mente parecen reverberar
con ruidos impenetrables, palabras truncadas, sonidos espirituales.
Son el hipo de la razón, el balbuceo de la confusión,
recordándonos que no hay soluciones, sólo problemas.
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